Hace muchos años, participando asiduamente en un programa de radio coincidí con un joven e inquieto locutor. Un día, en una conversación trivial surgió el tema de defender a la posible patria, o al estado, o la forma que cada uno quiera usar.
Al no entender su postura le inquirí directamente: ¿Si mañana los Moros invadiesen España por Granada, tú qué harías? A la velocidad del rayo me contestó, “buscar el tren más rápido para cruzar los Pirineos hacia Europa”.
Cada día vemos en los telediarios cómo un grupo de niñatos se enfrentan a las fuerzas de orden público por distintas cuestiones, y nos pone los pelos de punta aún más, al comprobar cómo se enfrentan en los alrededores de los estadios de fútbol los seguidores de un equipo contra los del momentáneo rival. Digo niñatos porque ese valor de poco sirve, es más algarabía y diversión que otra cosa. Más aún, inconscientes ellos, no saben el mucho dolor que pueden causar.
Pero lo que sí está totalmente extendido es la actitud del locutor de radio. Cabría preguntarse cuántos jóvenes de ambos sexos estarían de verdad dispuestos con seriedad y templanza a arriesgar su vida por defender su territorio, sus familias, sus creencias o sus “Verdades”. Aparentemente, parece que serían muy pocos. No está de moda tener valor para defender con justicia a tu comunidad, tu estado o tu sistema democrático.
Uno de los grandes beneficios que todo conflicto importante acarrea es que a todos se nos ve donde nos termina la camiseta. Ya sé que es una forma fina de decirlo. El conflicto nos enseña quién es el valiente y el cobarde, el serio y el cachondo, el esforzado y el vago. Sí, con qué facilidad se nos muestra eso a las primeras de cambio.
Ahora, con el efecto Trump de defender cada estado lo suyo y lo de sus aliados, un gran beneficio que nos va acarrear este nuevo ciclo de parar la globalización para defender las respectivas naciones o estados, es comprobar qué personas tienen o adquieren Valor para defender lo que sencillamente creen. No el valor militar de atacar a nadie, ni de estar dispuesto a invadir territorio ajeno alguno, no, sencillamente estar dispuestos a ejecutar el viejo, “¡No pasarán!”.
Cuando se desaten los enfrentamientos por defender los sucesivos nacionalismos –ya ha quedado claro que no hace falta ser un experto en conflictos para saber que la defensa del Brexit, o de la Grandeur Francesa o el Grande América de nuevo, lo que va a traer es que otros no quieran quedarse atrás, y el conflicto armado está servido- lo que va a conllevar es que las personas tendrán que decidirse si cogen un tren a Hendaya o se quedan para defender a los suyos. Va a ser el momento de decidir si acudimos o no al Valor. Por otra parte, ya sabemos que muchos/as no sabrán de entrada cómo reaccionarán, pero el conflicto les dará la oportunidad de conocerse. De comprobar sus reacciones y demostrarse primero a sí mismos, y después a los demás, si son personas de fiar que están dispuestas a aguantar a pie firme, o salir corriendo presas del pánico. Sí, no cabe duda, el conflicto nos va a demostrar quién tiene valor, y quién lo adquiere por el camino. O aquel que hoy se muestra muy chulito ante la algarabía futbolera, ya veremos si cuando se juegue la vida de verdad es capaz de ser serio y hacer frente a los que quieran usurpar su tierra.
Cuando en libros y artículos anteriores he explicado una de las leyes del conflicto, “La de la dependencia relativa de la voluntad ajena”, he tenido la sensación que no la expliqué bien. Ahora es el momento de comprobar esta ley. Ella nos dice que puede que nosotros no creamos adecuado invadir a nadie, ni quitarle a otras naciones lo suyo, pero lo que sí es cierto es que dependemos de ellos, porque si ellos deciden quitarnos lo nuestro no cabe duda alguna que nos obligan a dos cosas: o dejarnos arrebatar lo que nos pertenece, o defenderlo con los medios adecuados. Lo que sí se ha cumplido es que dependemos de que los contrarios decidan atacarnos o no. En este tema siempre estamos a merced de los otros.
Lo que va a producir la llamada a arrebato de la defensa de lo propio de Trump, es que va a ser obligatorio definirse. Y nos obliga a la vez a llamar a otros al valor. Porque no cabe duda que si queremos conservar lo nuestro –somos los ricos y querrán claramente quitárnoslo- hemos de establecer una línea de defensa para conservarlo, y para ello el valor es imprescindible.
De lo que estoy hablando ya se produce cada día en las calles de cualquier ciudad europea. Ya lo hemos visto en Madrid, Londres, París, Niza, Berlín y ahora Estocolmo. Los malos son ellos que vienen a nuestras pacíficas ciudades, en las que además tratamos de darles refugio y trabajo –para que puedan sobrevivir frente a la barbarie de sus propias culturas- y nos atacan impunemente –hasta incluso creen que tienen razón- y frente a ellos no nos queda más remedio que defendernos o… Rendirnos.
Ahhh… Que no queremos rendirnos… Pues entonces no nos queda más remedio que armarnos de Valor.
Sí, sí, no cabe duda, uno de los grandes beneficios que acarrea este creciente conflicto Manifiesto es que se va a demostrar quién tiene o no Valor. Y quizá más importante todavía, quién lo adquiere al comprobar que no le queda más remedio que defender a los suyos.
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