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Dos o tres días por semana de musculación con cargas entre moderadas y altas reducen la presión arterial

María Gonzalez | Jueves 13 de abril de 2023
El entrenamiento de fuerza –practicado con cargas entre moderadas y vigorosas, dos o tres días por semana– constituye una buena estrategia tendiente a disminuir la presión arterial. Esta es la conclusión que surge de un estudio de investigadores brasileños publicado en la revista Scientific Reports.

Los mecanismos de disminución de la presión arterial mediante la realización de actividades aeróbicas han sido bien estudiados. Pero existen pocas investigaciones referentes a los ejercicios de fuerza como esta, a cargo de científicos de la Universidade Estadual Paulista (Unesp).

Con la coordinación de Giovana Rampazzo Teixeira, docente del Departamento de Educación Física de la Unesp, con sede en la localidad de Presidente Prudente, el grupo de investigadores llevó a cabo una revisión sistemática de la literatura científica sobre el tema mediante metaanálisis, el tipo de estudio considerado como el patrón oro en términos de evidencias. El objetivo consistió en verificar la intensidad, el volumen y la duración del entrenamiento que asegurarían los mejores resultados. El estudio contó con la colaboración de investigadores de la Universidad de São Paulo (USP) y con la financiación de la FAPESP en el marco tres proyectos.

Las enfermedades cardiovasculares constituyen la principal causa de muertes en el mundo, y la hipertensión arterial responde por el 13,8 % de ellas. Esta condición es considerada un problema cuando los niveles se ubican por encima de los 140 milímetros de mercurio (mmHg) de presión arterial sistólica y de los 90 mmHg de presión diastólica. Se trata de una enfermedad multifactorial desencadenada por hábitos tales como el sedentarismo, la mala alimentación, el consumo de alcohol y el tabaquismo.

Ya se sabía que el entrenamiento de fuerza constituía una opción terapéutica, pero existían hasta ahora escasas certezas acerca de cuáles eran los protocolos más eficientes. Con un muestreo de 253 participantes de edad promedio de 59 años, se concretó el análisis con base en una serie de ensayos controlados con los cuales se evaluó el efecto de los entrenamientos durante ocho semanas o más.

“Apuntamos a determinar un volumen y una intensidad que fuesen suficientes como para lograr una disminución significativa de valores de la presión arterial. Los entrenamientos de fuerza realizados durante entre ocho y diez semanas fueron suficiente como para lograr una reducción promedio de 10 mmHg sistólico y 4,79 mmHg diastólico”, comenta Rampazzo Teixeira.

El estudio mostró que los resultados efectivos se observaban aproximadamente a la 20ª sesión de entrenamientos, y los efectos hipotensivos beneficiosos duraban hasta 14 semanas aun después de que se interrumpían los ejercicios, en la fase denominada de desentrenamiento.

“En la práctica clínica o incluso en el cotidiano de los gimnasios, los profesionales que se deparen con personas hipertensas podrán utilizar los entrenamientos de fuerza en carácter de tratamiento no farmacológico para la hipertensión arterial a sabiendas de cuáles son las variables necesarias para concretarlo, siempre teniendo en cuenta los objetivos de cada persona”, explica la investigadora.

Un análisis sistemático

Durante mucho tiempo, solamente se recomendaba el entrenamiento aeróbico para el tratamiento de la hipertensión arterial, por eso los estudios moleculares se restringían casi completamente a esta modalidad.

“Recientemente, el entrenamiento de fuerza ingresó en las Directrices Brasileñas de Hipertensión Arterial, pero aún debe investigarse mucho como para reunir evidencias más robustas. Las perspectivas de realización de nuevos estudios se basan en los mediadores moleculares que son los responsables de la disminución de la presión arterial a nivel vascular y sanguíneo durante el entrenamiento de fuerza”, pondera Rampazzo Teixeira.

La revisión sistemática fue la forma que los investigadores hallaron para analizar la amplitud y la robustez de las evidencias existentes sobre el potencial del entrenamiento de fuerza. Las revisiones anteriores verificaron que existía algún efecto, pero el trabajo que ahora ha sido publicado suministra evidencias adicionales importantes, tales como la intensidad de la carga, el volumen y la frecuencia semanal. Los investigadores reunieron inicialmente 21.132 artículos, de los cuales 54 cumplían con los criterios necesarios para el análisis de los textos completos. De estos, consideraron que 14 eran relevantes para la revisión.

El efecto más ventajoso se observó en los protocolos con intensidad de carga entre moderada y vigorosa, por encima del 60 % de la carga aplicada para efectuar una repetición máxima, la más intensa que soporte el individuo. Es decir, si la carga máxima que logra este levantar una sola vez es de 10 kilos, la carga más ventajosa de entrenamiento sería de más de 6 kilos. Otra observación importante consistió en verificar que la frecuencia debe ser de al menos dos veces por semana, mantenida de mínima durante ocho semanas.

Los estudios de esta revisión comprendieron en su mayoría a personas con edades entre los 60 y los 68 años, y solo dos con una población más joven (de entre 18 y 46 años). Siete estudios incluían a pacientes de ambos sexos, en otros siete estudios la muestra estuvo compuesta únicamente por mujeres y uno de los trabajos incluyó solamente a varones.

Al observar los subgrupos, también se descubrió que el efecto de la intervención está relacionado con la edad. Las personas con edades entre los 18 y los 50 años exhibieron efectos hipotensivos considerablemente mayores en comparación con la franja etaria situada de entre los 51 y los 70 años. “De todas maneras, el entrenamiento de fuerza puede realizarse a cualquier edad, pues aporta beneficios hipotensivos incluso entre las personas de más edad”, aseguran los investigadores.

Estudios futuros tendrán que develar los mecanismos celulares y moleculares responsables de la disminución de la presión arterial como consecuencia del entrenamiento de fuerza. Lo que se sabe hasta ahora es que durante la actividad física se registra una elevación de la frecuencia cardíaca, un incremento del diámetro de los vasos sanguíneos (vasodilatación), un mayor flujo sanguíneo y un aumento de la producción de óxido nítrico (un compuesto con efecto vasodilatador). A largo plazo, el ejercicio promueve adaptaciones, tales como la disminución de la frecuencia cardíaca de reposo, la mejoría de la eficiencia cardíaca y el aumento del volumen máximo de oxígeno que el organismo logra absorber en cada respiración (VO2 max).

Entre las limitaciones que los investigadores destacaron se encuentra la inclusión de pacientes que hacían uso de antihipertensivos en 11 de los 14 estudios, tales como β-bloqueadores, diuréticos, bloqueadores de los canales de calcio e inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina. Y también el hecho de que algunos artículos trabajaron con varones y mujeres en el mismo grupo de intervención, lo que impide efectuar el análisis de acuerdo con el sexo.

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