Hasta que apareció el indispensable iPhone de Steve Jobs no se descubrió el relativo aislamiento en que vivíamos las personas que, literalmente, cambió nuestras vidas.
Curiosamente, por citar un ejemplo, lo primero que hace cualquier ciudadano en el momento de acceder a un autobús, sentarse a tomar un café o bien esperar en la cola de una ventanilla, es buscar su móvil y leer los WhatsApp recibidos y, si no aparecen los ansiados mensajes, de inmediato teclear e informar a una amiga/o que se dirige al centro, o bien que ha decidido cambiar el regalo de Reyes de su novio, cuyo gusto radica donde las avispas tienen el aguijón.
Años atrás, a nadie con dos dedos de frente se le ocurría acudir a una cabina para comentar semejantes simplezas. De donde se deduce que hasta que no se inventaron los citados aparatitos, vivíamos inmersos en un triste aislamiento. Incluso, muchos de esos millones de usuarios, en su puñetera vida habían escrito ni una carta. Realidad que ahora se niegan a reconocer pero no por ello menos cierto. Hasta que no se inventaron los citados aparatitos, vivíamos sumidos en un relativo aislamiento. Murieron aquellas largas epístolas de amor para comunicar una ruptura. Ahora tal trámite lo resuelven por parte de unos adiestrados y mágicos dedos desde un móvil última generación y con dos frases.
Los teléfonos inteligentes se han convertido en el paradigma de la revolución tecnológica, tanto a nivel personal como de estrategia empresarial. Ahora, cualquier persona puede adquirir el producto deseado y recibirlo en su domicilio, pagar la compra del día con solo colocar el dispositivo en el IPV de su establecimiento habitual, contratar una habitación en cualquier hotel del mundo, multiplicar hasta el infinito las posibilidades de comunicación personal a través de nuevos servicios de voz y mensajes, etc. La redes sociales sin el apoyo de los mencionados teléfonos no existirían. En otro orden de cosas, todo parece indicar que las tarjeta de crédito y débito tienen los días contados..
En nuestros días, para presumir de móvil es preciso gastarse en torno a los mil euros y ni aún así es fácil conseguirlo. No hace mucho, el precio del aparato en cuestión servía para marcar el estatus económico de su propietario, pero actualmente, ni para eso, dado que se venden en cómodos plazos y son muchos los que disponen del último modelo con la colaboración económica de sus familias, y si no se dispone de numerario suficiente, siempre queda el recurso de adquirirlo de segunda mano, o en el chino de turno aunque la garantía sea nula.
Nos encontramos inmersos en una sociedad en la que prima la automatización y los robots fabrican productos a bajos precios y dicha situación provocará el que estemos avocados a una industria del bienestar que nos permitirá experimentar ciertas realidades virtuales, si bien lo verdaderamente caro continuará siendo el desplazarse y vivir las experiencias de manera real.
Otro aspecto a considerar, pasa porque son infinidad los adultos que actualmente tienen que recurrir a la juventud para solucionar problemas informáticos e incluso de sus propios móviles que solo utilizan para hablar o enviar mensajes pero ignorando las aplicaciones restantes, siendo ellos los que están explicando a sus mayores la existencia de nuevas formas de comunicarse y otras ventajas, y a su vez trasladarles los rudimentos de la cultura a la cual debemos adaptarnos porque así lo exigen las nuevas tecnologías. Algo que no ocurrió con las pasadas generaciones.
Por ahora, nuestras críticas hacia lo nuevo y desconocido son producto de la desconfianza e ignorancia. En general, nos mostramos reacios a reconocer que en muchas ocasiones no tenemos más remedio que recurrir a hijos, nietos u otros familiares para resolver cualquier operación informática que para ellos son totalmente elementales. Pretender negar que información y comunicación han evolucionado en progresión geométrica es absurdo.
Es incierto el crecimiento de una pretendida infelicidad entre la población joven por causas de soledad o aislamiento en nuestro país, que solo es admisible en casos excepcionales, o el apelar a un total desplome de valores generalizado en nuestra juventud que igualmente es irreal. Tratamiento aparte merece el azote de inseguridad y crueldad protagonizado por un amplio colectivo de descerebrados a tenor de los continuos atentados que estamos contemplando a diario viendo como mueren cientos de personas asesinadas en la mayoría de los casos totalmente inocentes.
Para finalizar, desechemos también el mantra sobre el crecimiento de frustrados en España de cara a la obtención de felicidad y bienestar. Si tomásemos como ejemplo a nuestro propio país, ¿Cuántos españoles hace 50 años viajaban, veraneaban, realizaban cruceros, disponían de uno o dos vehículos por familia, hijos estudiando carreras universitarias, hogares medianamente confortables dotados de calefacción, todo tipo de electrodomésticos, practicar deportes y un sinfín de ventajas y mejoras en calidad de vida? ¿Es comparable el nivel y la situación de la España de los años 50 con la actual? Tales comparaciones no proceden y solo son producto de una desafortunada campaña de resentidos y eternos descontentos.
Si esto es lo sucedido a lo largo de los últimos 10 años, ¿Qué nos deparan los diez siguientes? Difícilmente imaginable. ¡¡Tiempo al tiempo!! Nunca mejor dicho…
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