El respeto al otro es consecuencia del conocimiento del otro, no sólo del conocimiento que se estableció cuando se conocieron, sino en la evolución de la persona y de su personalidad a lo largo del tiempo. Establecemos como base que las personas evolucionan y no son las mismas a lo largo del paso del tiempo.
Para ello requerimos de una serie de conocimientos mutuos, relaciones con el entorno y los iguales y la necesidad de cariño que viene basada desde el nacimiento. Siempre tendemos a buscar a una persona cerca que tenga características similares a uno de nuestros progenitores o bien a uno de nuestros padres, aquellos que siempre han estado a nuestro lado.
La elección de la otra persona para compartir con ella múltiples experiencias, atracción física, sexualidad compartida, sensaciones y momentos similares hacen que se forme una pareja de una manera plan y satisfactoria.
El enamoramiento de los primeros momentos puede o no darse y esto no es índice de que la pareja sea más o menos rica, más o menos duradera.
Estados de enamoramiento van sucediendo en el transcurso de la historia en distintas etapas de la relación. Esto es posible cuando la relación crece, la comunicación se torna más fluida y libre, la sexualidad se enriquece y la presencia del otro acompaña en la vida en un andar conjunto. De esto se trata el amor de pareja.
El trabajo, el esfuerzo, el ceder, el dar, el dolor, los disgustos, las frustraciones, los momentos de soledades, son ingredientes necesarios e indispensables. Si ellos tienen una proporción desmesurada a comparación de lo gratificante, satisfactorio, divertido etc. habría que ver si no se trata de una relación patógena.
Dar, frustrarse y ceder y ceder y ceder suele ser una de las “entregas heroicas” que en definitiva tiene el fondo de no querer quedar sin pareja, pero no te equivoques, si solo una parte de la pareja pone, esta relación no tiene futuro y tarde o temprano acabará rompiéndose.
Crear y sostener una pareja que enriquezca cada vez más a sus integrantes no exime de que se pueda terminar en algún momento con la ruptura de esa pareja, el otro camino es crear, sostener una relación con el objetivo único de hacerlo sólo para no quedar sin ella.
Algunas de las razones por las que queremos una pareja estable y nos da miedo estar solos son:
Una nueva relación es siempre territorio inexplorado, y muchos de nosotros tenemos miedo a lo desconocido. Permitirse a uno mismo enamorarse conlleva, sin duda, asumir un gran riesgo.
Normalmente no somos conscientes del impacto que nuestro historial amoroso ha tenido en nosotros hasta que no afrontamos una relación profunda. Los dolores que podemos haber sufrido en las relaciones pasadas –no sólo en las de pareja– salen a la luz cuando nos enamoramos y nos abrimos por completo a la otra persona. La catarsis, que puede ser renovadora, nos asusta y, además, es difícil lidiar con ese sufrimiento de nuevo, expuestos ante otra persona.
Todos tenemos una voz interior muy crítica que nos hace cuestionarnos si somos dignos de ser amados, de ser queridos, si realmente valemos. Sin embargo, esas cuestiones, miedos o defectos surgidos en los primeros años de forjar la personalidad, si se saben canalizar se convierten en signos de identidad, familiares y reconocibles. Cuando alguien nos ve de un modo distinto es fácil sentir nuestra personalidad atacada.
Cuando se siente la felicidad y la alegría de vivir de un modo muy intenso, también se siente intensamente el miedo, el dolor o la pena. Arriesgarlo todo a una relación supone un gran riesgo, no simplemente temor a que el otro nos deje, sino por todo lo que pueda sucederle. Claro que, si inoculamos la capacidad de sentir mucha tristeza, inoculamos también la de la felicidad.
El desequilibrio en las relaciones de pareja es muy común, y muchas veces nos da miedo involucrarnos porque la otra persona nos gusta demasiado o, por el contrario, nos sentimos abrumados al sentir que no podemos corresponder a la implicación del otro como ésta se merecería.
Una relación madura puede ser el último signo de madurez, y representa una vida independiente y autónoma en la que, si se presenta un problema, acudirás a tu pareja: no a tu madre, a tu hermano o a tus amigos. Es difícil saber manejar el equilibrio entre seguir manteniendo una sana relación con la familia y los amigos y priorizar siempre a la pareja y, además, requiere de una madurez que no todo el mundo tiene.
Cuanto más tenemos, más podemos perder. Cuando nos enamoramos debemos hacer frente al miedo de perder a nuestra pareja y, además, nos hacemos más conscientes de nuestra mortalidad. Nuestra nueva vida adquiere más valor y más significado, de modo que el miedo a la pérdida se intensifica.
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