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Un estudio detecta que los jóvenes universitarios tienden a ser "comedores emocionales"

(Foto: DICYT).
María Gonzalez | Viernes 30 de agosto de 2024
Cuando atraviesan por sentimientos de ansiedad o tristeza, la mayoría de los jóvenes estudiantes recurren a alimentos altos en grasas, dulces y bebidas azucaradas.

“La alimentación emocional es la selección de alimentos que una persona realiza basándose en su estado de ánimo. Hemos observado que las personas tienen la tendencia a elegir alimentos con mayor contenido calórico cuando están tristes, ansiosas o enojadas”, así lo explica uno de los investigadores del estudio, el doctor Jonathan Alexander Cortés Vásquez, residente de la Especialización en Anestesiología y Reanimación de la UNAL.

Esta tendencia es particularmente preocupante en el contexto universitario, pues según el experto es en esa etapa en la que los estudiantes consolidan hábitos de alimentación que podrían persistir durante su vida adulta.

Para este estudio, el grupo de investigación Nutrición y Hormonas –liderado por la profesora Ismena Vilte Ona Mockus Sivickas, de la Facultad de Medicina de la UNAL– usó y adaptó al contexto colombiano una encuesta española que consta de 12 preguntas que ayudan a identificar personas susceptibles de consumir alimentos de alto contenido calórico.

Los resultados del estudio revelan que, de 1.177 jóvenes universitarios con edades entre 23 y 25 años, provenientes de diversas ciudades del país como Manizales, Palmira, Tumaco, La Paz, Bogotá y Medellín, el 60 % se clasifica como “comedores emocionales” o “muy emocionales”.

Esto significa que una gran proporción de jóvenes adultos no solo comen más cuando están tristes o ansiosos, sino que también prefieren alimentos poco saludables, como chocolates, comida “chatarra”, postres y gaseosas. Esta conducta tendría consecuencias graves de largo plazo, como desarrollar sobrepeso u obesidad, condición que a mediados de 2021 alcanzó en el país una prevalencia del 37,7 % en adultos de 18 a 64 años.

También se encontró una relación entre la alimentación emocional y los trastornos de la alimentación y psiquiátricos, como ansiedad y depresión. El 18 % de los participantes presentaron alguno de estos trastornos, y entre ellos la prevalencia de comedores emocionales era notablemente alta.

“Las personas con trastornos tanto psiquiátricos como de la alimentación también son comedores emocionales y muy emocionales, especialmente aquellos con trastornos de alimentación que tienen un índice de masa corporal mayor”, señala el investigador.

Lo que analizan los expertos es que esta población, cuando presenta alteraciones del estado del ánimo, es más susceptible a consumir alimentos que se consideran nocivos para su estado nutricional, lo cual puede alterar su metabolismo.

Otros riesgos del consumo emocional

El residente Cortés señala que una de las motivaciones detrás de esta investigación fue la preocupación por las complicaciones que pueden surgir en procedimientos quirúrgicos en personas con sobrepeso u obesidad, ya que al realizar la valoración preanestésica (que usualmente se hace 1 o 2 semanas antes del procedimiento quirúrgico) son pocas las intervenciones que pueden realizar para modificar los desenlaces en ellos.

Sobre uno de los desafíos, el doctor explica que “la obesidad obstaculiza la intubación endotraqueal por el aumento de tejido adiposo a nivel cervical y se obstruye la vía aérea que requiere de la posición en rampa para mejorar el alineamiento de los ejes oral, faríngeo y laríngeo, y así aumentar la probabilidad de éxito en el primer intento de intubación”.

Por ello, con esta investigación se buscó identificar oportunamente a las personas susceptibles a estas conductas para que empiecen a realizar actividades que disminuyan el riesgo de desarrollar obesidad y sean menos las complicaciones que se puedan presentar en cirugía, pues según el doctor, “como cada vez la población es más longeva, es frecuente que se lleve a procedimientos quirúrgicos”.

También manifiesta su preocupación de que en la 10.ª edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE 10) no exista diagnóstico para el trastorno de ingesta emocional. “Esta situación disminuye la oportunidad dentro del sistema de salud colombiano de reconocer a los pacientes que la padecen, y además reduce la posibilidad de formular estrategias públicas y llevar a cabo intervenciones de promoción en salud y prevención de la enfermedad”, puntualiza.

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