En dicho trabajo, los investigadores analizaron los autoanticuerpos (anticuerpos que “atacan” a los antígenos del propio organismo) de 80 pacientes que tuvieron COVID-19, como así también los de 78 individuos seronegativos o asintomáticos.
“Si bien los autoanticuerpos son más conocidos porque se hacen presentes en las enfermedades autoinmunes, estudios recientes han mostrado su papel en la regulación tanto del organismo enfermo como del organismo sano”, explica
Otávio Cabral Marques, investigador del ICB-USP y coordinador de este estudio, que contó con
apoyo de la FAPESP.
Tal como lo explica Cabral Marques, los autoanticuerpos constituyen una primera línea de defensa contra las infecciones, aparte de que hacen su aporte para alcanzar la homeostasis (el equilibrio) del sistema inmunitario. En algunos desórdenes autoinmunes, por ejemplo, pueden estar presentes antes de los primeros síntomas, por lo cual hacen las veces de biomarcadores y ayudan así en el diagnóstico y el tratamiento.
En el estudio que ahora se ha publicado, se compararon los datos de los voluntarios seronegativos o asintomáticos con los de los pacientes que desarrollaron el denominado síndrome de fatiga crónica, que puede incluir síntomas tales como cansancio extremo, problemas para dormir y de memoria y concentración. El síndrome de fatiga crónica, también conocido como encefalomielitis miálgica, ha venido registrándose en entre el 10 % y el 20 % de los pacientes que se curan del COVID-19 desde el comienzo de la pandemia.
Entre los voluntarios con este cuadro, los científicos observaron una baja prevalencia de autoanticuerpos dirigidos hacia receptores vaso e inmunorreguladores, aparte de otros relacionados con el sistema nervioso autónomo, que controla el funcionamiento de los órganos. “Los autoanticuerpos son necesarios para la regulación de diversas funciones del organismo. No pueden aparecer en niveles muy altos ni tampoco muy bajos. En el caso de este estudio, las bajas concentraciones sugieren fallas en el funcionamiento de los receptores vaso e inmunorreguladores debido a una posible pérdida funcional de los autoanticuerpos”, explica Igor Salerno Filgueiras, quien realizó los análisis de bioinformática del estudio durante su maestría en el ICB-USP.
Detección y tratamiento Mediante el empleo de herramientas computacionales, los científicos hallaron una correlación entre la escasa cantidad de algunos autoanticuerpos y la presencia y la gravedad de la fatiga crónica, lo que hizo posible concretar una estratificación de los pacientes. Las moléculas que aparecían en niveles bajos tenían como blancos a los denominados receptores acoplados a proteínas G (RAPG, o GPCR, en inglés), una familia de proteínas de gran importancia en la señalización celular y, por ende, en sistemas fisiológicos vitales para los seres humanos.
Entre los blancos de los autoanticuerpos con niveles bajos en los pacientes con síndrome pos-COVID se encontraban ADRB2, ADRA2A y STAB1. Y estos se mostraron especialmente útiles para la clasificación de los pacientes en lo atinente al pronóstico del cuadro pos-COVID, al prever cuándo un paciente tenía o no tenía fatiga crónica. ADRB2 se relaciona con la función cardíaca, en tanto que ADRA2A opera en el sistema nervioso activando receptores de los vasos sanguíneos, del corazón y de los riñones, entre otras funciones.
A su vez, STAB1 cumple la función de “basurero”, al eliminar restos de células y otras sobras de daños en tejidos, un papel importante en el equilibrio tisular y en la resolución de la inflamación. El bajo índice de autoanticuerpos cuyo blanco era ADRB2 señaló también la gravedad de los síntomas en los pacientes con síndrome de fatiga crónica. Con menos autoanticuerpos, otras moléculas del propio organismo pueden aparecer en exceso, perjudicando así el funcionamiento adecuado del organismo.
“Estos y otros autoanticuerpos podrán servir en el futuro como indicadores del síndrome de fatiga crónica. Asimismo, existen algunos fármacos que actúan como inhibidores de esas moléculas y podrían testearse también futuramente como forma de tratamiento. Así y todo, la recomendación actual referente al tratamiento de este síndrome apunta hacia la práctica de ejercicios físicos”, asevera Cabral Marques.
La edad y el COVID-19 En el marco de
otro estudio, publicado en la plataforma medRxiv en formato
preprint (aún sin revisión por pares), el grupo que Cabral Marques coordina demostró la relación existente entre los autoanticuerpos y la edad en los cuadros de COVID-19. Sin embargo, en ese caso, la referida relación fue inversa: cuanto más severo es el cuadro, mayor es la edad y más altos son los niveles de esas moléculas. Los análisis se concretaron en muestras de 159 individuos con diferentes estadios de la enfermedad (71 casos leves, 61 moderados y 27 severos), aparte de 73 personas sanas. Se seleccionaron 58 moléculas asociadas a enfermedades autoinmunes.
Los investigadores arribaron a la conclusión de que la producción natural de autoanticuerpos aumenta con la edad, pero se ve exacerbada debido a la infección provocada por SARS-CoV-2, sobre todo en los casos severos. En el estudio, los niveles de esas moléculas sirvieron para estratificar a los pacientes según su franja etaria, entre más y menos de 50 años de edad.
“Nuestros análisis mostraron que los autoanticuerpos más importantes para estratificar los casos más graves tienen como blancos a la cardiolipina, la claudina y la glucoproteína plaquetaria, que juntas ejercen importantes funciones en el funcionamiento del organismo”, dice
Dennyson Leandro Mathias da Fonseca, primer autor del artículo y
becario doctoral de la FAPESP en el ICB-USP. Estos resultados suministran nuevas explicaciones referentes al hecho de que los pacientes con más edad producen generalmente peores respuestas al COVID-19 que los jóvenes, lo cual refuerza el rol de los autoanticuerpos en la gravedad de la enfermedad.
En un trabajo publicado anteriormente, los investigadores también observaron la relación existente entre el aumento de autoanticuerpos y la gravedad del COVID-19 (
lea más en: agencia.fapesp.br/36960/).
El cierre de escuelas Hay también un tercer estudio publicado recientemente por el grupo de Cabral Marques en el cual se analizaron datos de test de COVID-19 en estudiantes y trabajadores de la educación de la red pública de enseñanza del estado brasileño de Sergipe, entre noviembre de 2020 y enero de 2021. Los resultados,
dados a conocer en la revista
Heliyon, muestran que el regreso a las aulas escolares generó una gran cantidad de casos asintomáticos, tanto entre los alumnos como entre los docentes y otros trabajadores de la educación. Fueron testeadas 2.259 personas (1.139 estudiantes y 1.120 trabajadores) en escuelas de 28 municipios del estado.
“Esta investigación forma parte de una fuerza de tareas que empezó a trabajar durante el mismo mes marzo de 2020 para testear a distintos grupos de trabajadores esenciales, y que contó con el apoyo del Ministerio Público Laboral y de la gobernación del estado. En total se realizaron más de 180 mil test”, comenta Lysandro Borges, médico y docente de la Universidad Federal de Sergipe (UFS), quien lleva adelante una pasantía posdoctoral en el ICB-USP y comparte la autoría principal del artículo.
Aparte de alumnos y trabajadores de la educación, fueron testeadas comunidades remanentes de palenques (o
quilombolas en portugués; poblamientos fundados durante el período colonial por personas esclavizadas que huían), miembros del sistema penitenciario, fuerzas de seguridad y bomberos; y también se hizo lo propio con muestras de sangre de hemocentros. Esto resultará en la realización de otros trabajos.
El material se recolectó 30 días después de la reapertura de las escuelas, antes del comienzo de la vacunación contra el COVID-19. En una gran cantidad de estudiantes (408) y trabajadores (431) testeados se registró la infección activa causada por el SARS-CoV-2, en tanto que 515 alumnos (un 45 %) y 415 (un 37 %) trabajadores no poseían antígenos o anticuerpos positivos al momento en que se aplicaron las pruebas de detección. Con todo, se registraron síntomas en tan solo el 16 % de los participantes y, aun así, fueron síntomas leves: cefalea, dolor de garganta y tos fueron los más frecuentes, incluso entre las personas que se infectaron nuevamente.
“Estos resultados, aun cuando provienen únicamente de un estado brasileño, apuntan que muchas infecciones fueron asintomáticas durante la reapertura de las escuelas. Este estudio muestra cuán importante es el trabajo coordinado en el ámbito de la salud pública para asegurar la existencia de un ambiente escolar seguro, sin aumentar las desigualdades sociales de por sí existentes en el país”, afirma Cabral Marques.
Brasil fue uno de los países del mundo que permanecieron durante más tiempo con sus escuelas cerradas debido a la pandemia. El efecto de ello fue un atraso en la educación fundamentalmente entre los estudiantes pobres, amén de perjuicios sociales, mentales y económicos tanto para ellos como para sus familias y para los trabajadores de la educación.